sábado, 18 de junio de 2016


Mi nombre de pila, que no tuvo sacramento alguno,

 dictado despacio desde el aforismo

 que tengo fijado en el lunar sobre el lado izquierdo de mi labio.

 Mi nombre apenas musitado desde mis propias vocales

 y, hasta allí, la queja, mi hambre,

 el axioma del hueco de cualquiera de mis sístoles.

 Gritando.

Qué otro idioma emplear, si no este aullido

 que clama desde lo justo, desde lo bello.

 

Tengo por hobby destronar príncipes dibujados por sí mismos a mano alzada,

Me entretengo en quitarles calzas y ropajes, colocándolos desnudos ante mi impertinencia.

¿Quién te dio el cetro, capitán, que no te puso sobre aviso acerca de los salvajes?

 

sábado, 20 de febrero de 2016


Lástima de que cómo te nombré

 te resultase

párvulo, escaso, insuficiente, exiguo,

corto, irrisorio.

pero

te nombré amigo y eso,

amigo,

es un milagro.

 

domingo, 14 de febrero de 2016

Eaminiñoea


Estoy a punto de acabar de leer uno de los libros más bellos que he leído; y sin embargo, uno de los más tristes que han caído en mis manos, a cuenta de su aniversario, a cuenta de dejar de huir de ese escritor que no me parece amable, ni simpático, ni veo genialidad en sus maneras, ni belleza en su cara. A cuenta de unas cosas, suceden otras; a cuenta de arriesgar o de bajarse de la cárcel de los prejuicios, uno se abre al mundo. Y así, hoy juro por Mortal y rosa, que amo sus letras, las lentes geniales de describir la vida, la cosa, el sexo, la enfermedad, la pérdida de un niño, de tu niño, a través de una precisión de poesía afilada, que te deja llena de arañazos obligatorios, de sangre y verdad, por dentro.

¿Por qué no lo acabo? Porque no puedo, porque abandonar esas páginas es quedarme con la idea central del diario, el niño que está ausente, que se enferma, que se muere; y prescindir del paisaje con el que esto me ha sido contado, obviar la risa del niño, su pizarra de elefante en la que él traza números cuatro como si fueran escaleras, o sillas; despojarme de las mañanas llenas de exterioridades por el mero hecho de transitar la vida de la mano de un niño: “El niño lleva en las manos raíces, armas, frutos secos, objetos, cosas, realidades. Yo llevo periódicos, sólo periódicos, palabras, palabras, palabras”. Y sería quedarme solo con la palabra del mundo adulto. Llevar la muerte en las manos.

Si concluyo la lectura, decía, mato al niño que no deja de transitar en cada página, con su risa de acuarela, con su silla pequeñita de paja, con sus meriendas, pionero de cualquier arte, por muy reinventada que esté ya la técnica; sobre el niño no pesa la historia, ni la cultura, contiene toda la belleza salvaje de un recién llegado.

Si concluyo habré de aceptar que “la vida no es noble, ni buena ni sagrada”, así como Lorca le cantaba a Walt Withman. Eso que el padre ya se ha contado a sí mismo en sus letras: “La vida es suicida y necia cuando se encarniza contra el niño, se niega a sí misma, y el mal de los niños tiene todo el horror de una profanación. Un niño enfermo es una blasfemia que profiera la vida”.

Pero hube de concluirlo al fin, dolientemente, a golpe de mecedora, en ese calmo mecer que significa dormir a un niño (a veces, para siempre). Eaeaea. Ea mi niño ea. Eaminiñoea. La poesía solo puede ser un niño que habla ya casi dormido.

 

jueves, 11 de febrero de 2016

Mujer dentro de abrigo negro


La travesía, enero, el sobretodo demasiado grande. Relájate, le explican. Por favor, le expresan. Y a ella que le tiritan las piernas, que no le cumplen, que le tiembla el ser dentro del abrigo negro, que las manos no son capaces con la fría barra de metal. Que ella no lo exigió, que es el tiempo, la existencia; que es una puñeta descubrirse mayor. Que desearía las piernas firmes, los muslos tersos, que pediría el trotecillo de gato zascandil que yo acarreo cuando la rebaso. Y se me abate el alma. Próxima a sus ruedecillas.

Ella que desfilaba para subirse al ocho, que ha hecho membrillo y ha segado. Que ha abierto las propias piernas que ahora no la sustentan para parir. Con fiereza. Concediendo con vida más vida.

Que no puede, me comento. Que va en oblicuo. Que me ahogan las lágrimas, que se me atraganta la joven que la escolta y sus cuchicheos. Por favor, le dice. Que no puede, que no llega, que no le arrojes tu propia lástima por arriba de su cabecita, por encima de ese abrigo negro que es un saco que incapacitaría más, si cupiera.

 

domingo, 7 de febrero de 2016

Instrumental (James Rhodes)

Instrumental, oigo. Instrumental vuelvo a escuchar. Estoy convencida de que hay palabras que son tantanes marcando alguna senda, repeticiones, ritmos, ecos que te llaman desde algún lugar, un latido tras el que intuyes una vida. Un chasquido que significa que algo se rompe.
Y luego están los pianos, que son los instrumentos más completos, son polifónicos, permiten tocar varios sonidos a la vez.

Y luego están los traumas, tantanes que marcan sendas, repeticiones y patrones, ecos antiguos que no dejan de llamarte, el latido que está detrás de la vida.

Pero existe la música: “La música me ha salvado la vida de una forma muy literal... Ofrece compañía cuando no la hay, comprensión cuando reina el desconcierto, consuelo cuando se siente angustia, y una energía pura y sin contaminar cuando lo que queda es una cáscara vacía de destrucción y agotamiento.”

Con Instrumental algo se me ha roto curándome, a la par que James recupera la salud, vomitando a la luz a esa bestia que fue su profesor de gimnasia, escupiendo el semen que le manchó los ojos de niño, que le lleno de sangre las piernas. Se cura remangándose y pulsando teclas, primero sobre su piano; después, sobre el folio en blanco. Pero antes, ¿qué? Antes de enjugarse los ojos de lágrimas se ha ido tocando los entresijos más mal que bien, levantándose la costra para volver a espantarse con la herida, pero eligiendo vivir casi de milagro: asomado a los paraísos artificiales, a las cuchillas, a los químicos, engendrando una suerte de hijo que le va a sujetar al mundo, más que la horca (“Mi hijo fue y sigue siendo un milagro. No voy a experimentar nada en la vida que pueda equipararse a la incandescente bomba atómica de amor que estalló cuando nació.¨), mal follando, queriéndose mal.

Llega Rajmáninov y le salva la vida porque el libro es un canto a la esperanza, a la belleza de ponernos en pie cada día. Rhodes toca para él, pero sobre todo toca para mí. Toca para ti.

Los detectives salvajes


A primeros de año llega a mis manos Los Detectives salvajes. Éramos viejos amigos, habíamos compartido, en un mal momento, un profundo abrazo y habíamos errado en un coitus interruptus. Así que, nos miramos como viejos amantes, y empezamos a mordernos los labios.

Paso a ser un personaje más que se revuelca en las vanguardias latinoamericanas, me defiendo de ellas, dialogo con ellas, les llevo la contra. Porque con él hay que introducirse en la trama, usar su misma baraja, entender los guiños de ese mus, ver las cartas marcadas. Y, de este modo, participo de la baza de una novela, alrededor de la mesa, para hablar de poesía.

La primera parte se bebe, es agua, te lubrica y te prepara para lo que llega. Abres tus compuertas al puzle que va a introducirse dentro de ti, para que tú lo completes. Vas sacando las piezas y encuentras, entre ellas, al propio escritor que quiere contarte su historia, encarnado en Arturo Belano y acompañado de Ulises Lima, su compañero y poeta Mario Santiago, que buscan a Cesárea Tinajera. Para ello, yo, como lectora, tuve que convertirme en una detective, en cada una de las pistas que el libro va soltando, especialmente en la segunda parte, tronco central del libro. Aunque mi búsqueda poco tendrá que ver con Cesárea Tinajera que no es más que una excusa para dar movimiento a la bohemia de los poetas y, sin concretar mucho de ellos, acabar intuyéndolos siempre en movimiento.

El libro se acaba y se queda. Tú lo cierras pero te quedas. Eso no pasa todos los días.

Vengo de la esquina en la que el sol

 ha girado esta mañana,

 rauda he entendido que hay música en las puntas de mi pelo.

 Contra la tristeza: el agua, la hierba en humo, un beso con lengua

 (tuyo)

 de cualquiera.

 Despacio me descubro de ropa, de penas,

 de retenciones.

 Eres la esquina donde esta mañana

 el sol ha girado la calle, esquivo, musical, helado.

Llamo a tu timbre.

 Me ves.

 Y no pides ni una palabra. Me abres.

Y te abres.